Cuenta la fábula cómo un día la hormiga, acostumbrada a las bromas del elefante a causa de su pequeño tamaño, le dijo a éste que se agachase, pues no le oía cuando amenazó una vez más con aplastarla, y cómo mientras el elefante estaba ello, aprovechó para picarle en la oreja y derribarle.
Trasladada la fábula a la innovación, las startups (hormigas) suelen presumir de agilidad y recursos, mientras que las grandes corporaciones podrían relacionarse con paquidermos, de paso lento y pesado.
Pero la innovación es una necesidad común a ambos modelos de empresa, hormigas y elefantes.
Ambas quieren ser ágiles, adaptativas, resilientes.
Crear una cultura innovadora es más fácil en el caso de las primeras porque la pueden fijar desde cero, cuando nacen, sin necesidad de cambios. Además estas empresas, al contar con equipos pequeños, están por necesidad y/o virtud acostumbradas a trabajar de forma transversal y colaborativa, lo que facilita transmitir y asentar una cultura de este tipo.
No siempre el más grande es el que más innova.
Por contra, las grandes compañías cargan con el peso de su pasado a la hora de ejecutar cambios y presentan mayores resistencias internas. Por su tamaño y porque éste fomenta el trabajo en áreas y silos.
¿Puede el elefante ser tan grácil como la hormiga?
Sí, según indica un artículo del Harvard Business Review, que pone de ejemplo a una aseguradora con más de 4.000 empleados.
Sus responsables, que querían inculcar un ADN innovador a toda la plantilla, descubrieron que para ello debían ejercer de facilitadores de la innovación. Esto es, acercar ésta a todas las áreas de la compañía y hacerlo de forma sencilla, comprensible por todos.
Empezaron por introducirla como un valor más de la compañía y aclarar su significado, diferenciando en este caso entre innovación evolutiva y disruptiva. Asimismo, decidieron introducir la innovación como una variable más para medir el desempeño y el desarrollo profesional de sus profesionales.
Una vez asentado el concepto en la organización, sus responsables impulsaron programas internos de formación y talleres de innovación; siendo conscientes de la necesidad de estimular el pensamiento creativo dentro de la casa así como una nueva metodología de trabajo.
Posteriormente, ya sobre el terreno, crearon pequeños equipos para trabajar en proyectos específicos e implantaron una comunidad de innovación abierta a las ideas de todos sus empleados. Fuese con el tamaño de una hormiga o de un elefante, la innovación era inoculada dentro de la compañía. Sólo faltaba recoger los primeros frutos.
En este paso, la aseguradora comprendió rápidamente que no tenía sentido solicitar ideas a sus empleados si luego no se hacía nada con ellas.
Así que seleccionó un conjunto de managers para evaluar todo ese volumen de ideas recabado y seleccionar las de mayor potencial de cara a trabajar su implantación.
De todo este proceso -y del total de ideas- la aseguradora consiguió mejoras en áreas como la tramitación de los partes de clientes mediante la posibilidad de adjuntar, por primera vez y por vía digital, pruebas gráficas junto a ellos.
Pero por encima de estos proyectos tangibles, consiguió el objetivo de implantar una cultura interna de innovación: cerca del 80% de la plantilla participó en las iniciativas puestas en marcha y tanto el compromiso como el apetito por las nuevas ideas creció en la organización.
Generar una cultura de innovación no depende en exclusiva de aplicar una metodología o contratar un CIO, sino en asentar dicha cultura y hacerla permeable a todos los miembros de la organización. Y en este proceso es necesario que se impliquen todas las partes, aunque especialmente la alta dirección, siendo consciente de la necesidad de cambio y de las dificultades que éste conlleva.
Finalmente, ¿puede más la hormiga o el elefante?
En todo caso, el elefante puede sacar pecho de su tamaño mientras actúa como el ejército de hormigas más coordinado.
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