El concepto de smart cities evoluciona de una red de sensores conectados a otro en el que los distintos actores y stakeholders que conviven y participan de la ciudad se conectan en un ecosistema de distintas interacciones.
El informe “Forces of Change: Smart Cities” publicado por Deloitte define a la smart city como una plataforma donde se conectan y encuentran administraciones públicas, ciudadanía, entes privados y otros actores en un procomún colaborativo que, a través de distintas modalidades, persigue mejores servicios al ciudadano, progreso social y económico o una mayor calidad de vida para sus habitantes [descubre el caso de éxito de la ciudad de Santander].
Un modelo organizacional que, lejos de querer suplantar el rol de las administraciones públicas, persigue aumentar la resiliencia de las ciudades, gestionar mejor los recursos naturales y públicos o aumentar el engagement de los ciudadanos, entre otras cuestiones.
No es una cuestión baladí, pues las proyecciones de distintos organismos apuntan a una creciente presión demográfica y protagonismo de las ciudades en el mapa socioeconómico mundial (en el 2025 un 60% del PIB mundial se desarrollara en las 600 principales ciudades del globo, según el Banco Mundial).
Sensores inteligentes e inteligencia colectiva entre gobiernos, ciudadanos…
La llamada ciudad como plataforma construye el futuro de una urbe desde su núcleo, a través de la tecnología y de la confluencia de la inteligencia colectiva de poderes públicos, ciudadanos, empresas privadas e, incluso, visitantes.
El modelo, prosigue el informe, lleva asociado a una reformulación o rediseño de la labor de la administración pública, de un rol de prestadora a otro de facilitadora.
Aun siendo garante de los derechos y servicios básicos de sus ciudadanos, pone las bases para que emerja la colaboración y la sabiduría de las masas, sea a través de la recopilación de inputs que permita optimizar la toma de decisiones o del diseño cocreativo de nuevas soluciones para resolver los distintos retos a los que se enfrenta una ciudad.
Los modelos de partnership público-privados (PPP) permiten incorporar diversidad y distintos expertises en el gobierno de la smart city.
La tecnología participa del proceso. Armados con su teléfono móvil, los ciudadanos recogen y transmiten datos en tiempo real mientras se desplazan por la ciudad o participan a través de comunidades con sus ideas en la toma de decisiones.
El ciudadano, un benefactor beneficiario
En la smart city como plataforma la ciudadanía juega en doble papel, al ser beneficiaria de las soluciones que ella misma contribuye a diseñar. Pero además, la co-creación ciudadana juega un importante papel sobre el engagement de los ciudadanos hacia su ciudad y su gobierno, como un potente elemento de cohesión social.
¿En qué punto se encuentra la ciudad española?
Santander, tal como apunta Deloitte en su informe, es uno de los grandes referentes en la adopción de este esquema de ciudad como plataforma. Los ciudadanos acceden a un ecosistema colaborativo a través de diversas soluciones tecnológicas. Entre ellas destaca la aplicación móvil Pulse of the City, que a través de su teléfono móvil les convierte en fuente de suministro de datos pudiendo además reportar sobre el terreno incidencias en la prestación de servicios públicos, o la comunidad Santander City Brain, un proyecto que cuenta con el mecenazgo del Banco Santander y donde la ciudadanía participa en el devenir de la ciudad aportando de forma libre sus ideas o en respuesta a los retos que plantea el propio consistorio. Entre sus efectos, afirma la alcaldesa Gema Igual, está “el cambio de percepción que el ciudadano de a pié tiene sobre la acción política del consistorio”. Contar con la opinión de los vecinos, destaca, es básico para cualquier consistorio ya que “los ayuntamientos son, a fin de cuentas, las administraciones más cercanas al ciudadano”.
Case study (pdf en descarga): Santander, una smart city abierta sus smart citizens.
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