La inversión de las empresas en innovación se redujo notablemente con la llegada del covid-19 y la crisis económica asociada a ella, según datos recopilados por McKinsey.
Principalmente fue así al inicio de la pandemia, cuando la prioridad citada por más de un tercio de los directivos encuestados por la consultora era reducir costes y mantener el esqueleto de sus operacines.
Una vez superado su impacto inicial, y con una curva ascendente de vacunación en la mayoría de países del globo, salta a la palestra un interrogante: ¿No es precisamente en tiempos de crisis cuando la innovación debe adquirir mayor relevancia?
La encuesta de McKinsey dice que una vasta mayoría de ejecutivos plantean priorizar de nuevo la innovación una vez se alejen los nubarrones pandémicos.
Esta postura conservadora olvida varias premisas fundamentales. La primera, es que la innovación suele tener un horizonte de resultados a medio o largo plazo. Por lo cual, descuidar ahora su inversión es sinónimo de perder tiempo para ver sus frutos. También ceder espacio a los competidores de una empresa que no la hayan descuidado.
En segundo lugar, la propia pandemia nos ha dejado ya algunas buenos enseñanzas y ejemplos de éxito en adaptación, con la transformación de negocios a gran velocidad para, al menos, garantizar su supervivencia en el corto plazo.
En nuestro país hemos visto cambios de actividad sorprendentes reflejados incluso en publicaciones académicas (además de rentables y beneficios para la sociedad), y la irrupción masiva de nuevos fenómenos de reconversión como las ‘dark kitchen’ vinculadas al auge del delivery.
Es llamativo como la gran magnitud de estos cambios muchas veces no tiene una correlación directa con la de sus impulsores. Muchos son pequeñas empresas y negocios que han sabido adaptar su actividad con elogiable celeridad. Un hecho que demuestra como la innovación no se reduce sólo a la gran empresa.
Aunque en ella también se ilustren casos de éxito. Como los de aerolíneas como American Airlines y Lufthansa cuyos aviones, en los peores momentos de pandemia y distancia social, cambiaron pasajeros por transporte de mercancías de primera necesidad. O gigantes de la distribución como la norteamericana Whole Foods, que tradujeron el concepto de ‘dark kitchen’ a ‘dark stores’ de distribución. O la apuesta de grandes cadenas hoteleras por transformar sus habitaciones en espacios de teletrabajo.
Son, aun obligados, movimientos ágiles de adaptación que, además de apoyar la estabilidad de sus negocios, han abierto la puerta a explorar nuevas áreas de rentabilidad o a aprovechar el ‘momentum’ para transformar y optimizar procesos internos.
McKinsey sostiene que estos esfuerzos puntuales no sólo deben mantenerse, sino además acrecentarse en el momento actual de la pandemia y en el posterior escenario de (nueva) normalidad.
Para ello, recomienda a las grandes empresas volver a invertir en innovación. Aun cuando dicha inversión, por restricciones presupuestarias, sea pequeña siempre será mejor a una inexistente.
Y como complemento a ello, llama a poner la lupa sobre aquellos cambios forzados por la pandemia, y que en algunos casos han desvelado grandes ventajas competitivas: como la exploración de nuevas líneas de negocio o una gestión más eficiente de los recursos materiales y humanos, aun cuando a veces se sienten lejos de la silla de oficina.
Detectar estas ventajas como un punto de partida en innovación sobre el que evolucionar como organización será básico para ser más competitivos en el mundo post-covid. Pero también para estar más preparados ante futuras nuevas crisis.
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